martes, 26 de marzo de 2024

Sótanos

Estaba esperando, atenta, a que llegaran los posibles clientes. Me encontraba en el jardín descuidado de la casa quizá más abandonada que me había tocado vender. Miré el reloj, faltaban menos de diez minutos para la hora pactada y yo, sin embargo, pensaba en cómo saldría de la operación mi mamá, que estaba internada hace veinte días en un hospital de alta complejidad por una enfermedad que decidió avanzar sin más. Para distraer mis pensamientos de los escenarios más oscuros, y de las ilusiones más excesivas, caminé hasta la entrada para echar llave a la puerta de madera que ocultaba tras sí un recibidor lleno de polvo y telarañas. Lejos de sentir miedo ante ese aspecto tenebroso, casi como una película de terror, seguí caminando hasta llegar a lo que parecía ser la sala, ya que, en ella había una chimenea. Pero aquello no fue lo que más llamó mi atención, sino una pequeñísima abertura en el suelo, casi tapada en una esquina por lo que debió ser en algún momento una mesa ratona. 

Fui sin dudarlo, pues, si había algún problema allí abajo que hubiera provocado la abertura debía informar a los posibles compradores. Corrí la mesita, despacio, y lo que pareció ser una abertura no era ni más ni menos que la entrada a un sótano. Lo deduje por la escalera que apenas sobresalía de aquella oscuridad. Me pareció muy extraño porque en los planos, por viejos que fueran, no había ningún sótano. Y un sótano, por supuesto, no se construye luego de la casa. Con intriga bajé las escaleras, muy despacio. La tranquilidad que tenía al entrar ya no estaba muy presente en mí. Pero lo que me encontré fue un tanto decepcionante para lo que creí que era un descubrimiento fantástico: solo había una lámpara casi agotada de luz amarilla alumbrando el pequeño cuarto con más mugre. Recorrí en cinco segundos aquel espacio, pero me llevé otra sorpresa de aquella casa de apariencia vieja y aburrida. Otra abertura se veía en la esquina trasera a la escalera, casi imperceptible, pero estaba ahí. Por un segundo creí estar loca, pero me acerqué y así era. No solo eso, sino que había otra escalera. Miré la hora, cinco minutos. Bajé otra vez. Otro cuarto, pero muy distinto. ¿Qué era esto? Paredes blancas, casi recién pintadas, un piso sin mugre y esquinas sin telarañas. Pero este lugar no estaba vacío, parecía ser el depósito de… ¿La panadería de mi mamá? Imposible, debía estar en un sueño. Vi unas escaleras que daban a lo que era, si no me equivocaba, la panadería en la que crecí. Anonadada, esta vez no bajé, subí. Ahí estaba, mi mamá, varios años más joven, vestida con delantal blanco y lo que más me hizo sonreír con lágrimas en los ojos, sana. 

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